domingo, 2 de enero de 2011

Prólogo.

Charles alzó la vista al techo una vez más y cruzó los brazos sobre el pecho con exasperación. La sola de idea de permanecer en ese apartamento destartalado dando vueltas como si nada, lo ponía enfermo y le recordaba que no podía hacer nada para ayudar. Pero, pensándolo mejor, ¿qué podría hacer ya? ¿Un hombre tan entrado en la vejez, incapaz de proteger a nadie, podía protestar? El hombre deshizo la idea y la desalojó a lo más hondo de su ser. Tal vez si fuera aún joven podría hacer algo por salvar a sus aprendices, pero ya no era más que piel arrugada y huesos carcomidos por el cruel tiempo, que cada día le dolían más y crujían bajo el peso de los años.
Se culpó de nuevo de lo ocurrido. Él habría podido cambiarlo todo y sin embargo, no lo había hecho. Dejó que la Alianza mandara a su mejor pupilo a prisión y a sus otros alumnos a casas separadas, además de disolver la base de Nueva York, una de las más importantes, hasta dejarla vacía de objetos y vida, transformándola en un edificio ruinoso y carente de la vitalidad y alegría que siempre habían reinado. Se dejó caer pesadamente sobre un sofá envejecido y algo polvoriento y se llevó la mano a la frente, enjugándose algo de sudor.
Unos golpes vacilantes resonaron en la puerta, aunque con la suficiente fuerza como para que ésta temblara en sus goznes. Sorprendido y asustado, Charles se levantó con esfuerzo y abrió apenas una rendija. La imagen hizo que las manos le temblaran violentamente y el deseo de cerrar con un portazo lo inundara. Quince años habían pasado desde que viera a esa mujer por última vez. Tenía el pelo castaño con algunas canas y había engordado un poco, pero aún así, Elein Lissen llevaba consigo ese vivaz brillo verdoso en los ojos, como si conservara sus catorce años en ellos. Charles vaciló un poco,  pero al fin abrió la puerta y se encaró a la mujer.
-Pensé que jamás volvería a verla, Elein- dijo él.
-Yo también lo esperaba así, pero la noticia ha llegado a mis oídos, Charles- contestó ella, consciente de que el maestro sabía de lo que hablaba.
-Creí que quizás no querrías hablar más de ese tema- Charles parecía desesperado, deseoso por echar a aquella mujer- Déjalo así, Elein, será lo mejor para todos.
-La Alianza no ha cometido el error que todos creen, Charles. Hace tiempo que no es bienvenido a mi seno, y lo sabes.
-Sólo tú podías salvarlo, pero no te avisé por eso, precisamente. Aunque a los ojos de todos aún sigues siendo Elein Lissen.
-Ése ya no es mi apellido- exclamó la mujer con furia- Sabes que hace tiempo que llevo mi apellido de soltera. Elein Underwood es mi verdadero nombre, así que jamás vuelvas a mencionarme de otro modo.
-¿Para qué has venido, Elein?- preguntó Charles con agotamiento.
-Sólo para cerciorarme de que no utilizas mi nombre para liberar a ese monstruo. La cárcel es su sitio y allí debe permanecer.
-¿Y por qué le pusiste tu apellido?
-Era mi hijo. Jamás pensé que algún día le repudiarian por su sangre.
-Aún es tu hijo. No puedes pretender que Jacob sea tratado de esta manera tan injusta. No puedes permitir que lo apelliden Lissen, ni que lo condenen por fallos que no son suyos.
-Lo siento, Charles. Jacob ya no es mi hijo. Renegaré de él cuántas veces haga falta, con tal de que se quede en la prisión para siempre, si es posible.
Charles suspiró con tristeza. ¿Qué clase de madre era aquella? Permitiría que su hijo se pudriera en la cárcel con tal de no perder su prestigiosa reputación. La mujer que condenó a su malvado esposo y lo entregó a la Ley. Así conocían todos a Elein Lissen. Sin embargo, ella había renegado de su marido y ahora no se permitía llevar su apellido.
Elein Underwood no tenía hijos. Tan sólo un monstruo del que se arrepiente y que no merece llevar su sangre.
-Vete, por favor- rogó el hombre, cuyo rostro parecía ahora más envejecido.
-¿Y que pasará con los demás miembros? Deben saber la verdad.
-¡Ni se te ocurra acercarte a mis pupilos! ¿Entiendes? No tienes derecho a mentirles sobre Jacob.
-Jacob es una amenaza para todos, no se merece tener ayuda. Ni a nadie que lo quiera.
-¿Cómo te atreves a decir eso?
-Me voy, parece que no soy bienvenida- Elein se dio la vuelta, dando la discusión por terminada.
-Nunca fuiste bienvenida- apuntó Charles cerrando de un portazo.